domingo, 1 de mayo de 2011

El camino para llegar a ser santo

Miles de personas de diversas edades hacen presencia en el Circo Máximo de Roma a la espera del considerado proceso más rápido en los tiempos modernos. La misa de beatificación del Papa Juan Pablo II que se cumplirá en la Plaza de San Pedro. El pontífice falleció el 2 de abril de 2005. (Foto AP)
 
Los requisitos para alcanzar la “gloria de los altares” fueron reducidos por el popular pontífice polaco mediante una reforma del Código de Derecho Canónico introducida en 1983.

Tres son las etapas que debe pasar el candidato para poder ser proclamado santo: confirmación de las “virtudes heroicas”, beatificación y canonización. Para las dos últimas se necesita un milagro comprobado.

La beatificación es un proceso que habitualmente lleva décadas y en algunos casos siglos, pero en el caso de Juan Pablo II llegó tan sólo cinco años y siete meses después de su muerte.

El primer paso para el proceso de beatificación lo da generalmente el obispo de la diócesis a la que pertenecía el candidato y difícilmente antes de los cinco años posteriores a su muerte.

Ese plazo fue más breve en el caso de Juan Pablo II, fallecido el 2 de abril de 2005, cuya beatificación fue aprobada en enero pasado en un plazo récord por su sucesor, Benedicto XVI.

Durante la investigación, primero se demuestra que el difunto gozaba de “fama de santidad” y que merece ser propuesto como candidato a la canonización.

El obispo y los laicos, o incluso el llamado “postulador” (suerte de abogado defensor), elevan posteriormente la propuesta a la Congregación para las Causas de los Santos -más conocida en Roma como la “fábrica de santos”-, que es la encargada de dar el “nihil obstat” (permiso) para iniciar el verdadero proceso de las “virtudes heroicas”.

El postulador debe reunir toda la información, desde testimonios hasta cartas y escritos, para demostrar que el candidato practicaba de forma “heroica” y continuada las virtudes de la fe.

El informe pasa entonces por las manos del famoso y antiguamente llamado “abogado del diablo” -porque ponía mil trabas y obstáculos en el camino del candidato-, que ahora se llama en cambio “promotor de la fe”, quien ha pasado a ser casi un colaborador del futuro santo, tratando de ayudarle indirectamente a demostrar sus cualidades.

Los teólogos consultores, los cardenales y hasta el Papa tienen derecho a opinar en esta etapa del proceso, después de la cual se puede prever la beatificación, siempre y cuando se haya demostrado al menos la existencia de un milagro que pueda ser atribuido al candidato.

En el caso de Karol Wojtyla, éste intercedió para la curación “milagrosa” de la monja francesa Marie Simon-Pierre, enferma de Parkinson.

La reforma del Código de Derecho Canónico exige demostrar otro milagro para poder ser proclamado santo.

Pero demostrar la validez del milagro tampoco es tarea fácil. La Congregación para las Causas de los Santos se vale del asesoramiento de un equipo de 70 médicos y de distintos expertos, así como de los estudios clínicos a los que es sometido el individuo supuestamente curado por milagro.

Una primera aproximación al fenómeno denominado “milagro” la da el hecho de que se trate de la curación instantánea, perfecta, duradera e inexplicable científicamente, como la de una enfermedad incurable o muy difícil de curar.

Según el cardenal suizo Georges Cottier, “todo está listo” para iniciar el proceso de canonización y demostrar que Juan Pablo II intercedió en un segundo milagro.

Juan Pablo II fue el mayor “fabricante” de santos de la historia, ya que proclamó 482 santos y 1.338 beatos en casi 27 años de pontificado.

 

Juan Pablo II, un Papa abierto al diálogo e inflexible en temas morales


El papa Juan Pablo II fue una figura carismática que abogó por el diálogo con otras religiones y desempeñó un importante papel en el derrumbe del comunismo, pero con posturas morales conservadoras que le valieron la incomprensión de muchos fieles.

El primer papa eslavo -y 264º pontífice que ocupó el trono de Pedro- será beatificado por su sucesor, Benedicto XVI.

Elegido el 16 de octubre de 1978 como sucesor de Juan Pablo I, el papa polaco falleció el 2 de abril del 2005 tras una larga enfermedad que el mundo entero siguió paso a paso.

Karol Wojtyla había nacido en Wadiwice, cerca de Cracovia (Polonia), el 18 de mayo de 1920 en una familia modesta.

Su padre, Karol, aprendiz de sastre como su abuelo, fue llamado a las armas en 1900 por el ejército de ocupación austriaco y llegó a oficial en 1915.

El joven Karol, quien tuvo que trabajar en una mina de sodio para ganarse la vida, prosiguió con tenacidad los estudios secundarios y universitarios.

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la Alemania nazi ocupó su país, animó un grupo de teatro clandestino y terminó sus estudios de seminarista, ordenándose como sacerdote en 1946.

Después de haber sido profesor de Teología, en 1964 fue nombrado obispo de Cracovia, por lo  que participó en el Concilio Vaticano II. En 1967 llegó a cardenal.

Su pontificado pasó a la historia por los viajes apostólicos realizados en el mundo entero y por  haber renovado a la Iglesia Católica, tras la crisis posconciliar provocada por las reformas iniciadas con el  Vaticano II, consideradas demasiado radicales por algunos.

Muy pronto impuso un estilo que contrastaba con los usos de la Curia romana y se acercó a la  gente, sin temer el contacto directo con los fieles.

El 13 de mayo de 1981 estuvo al borde la muerte, cuando el turco Ali Agca lo hirió de tres balas  en el abdomen y la mano.

A lo largo de su pontificado -uno de los más extensos de la historia de la Iglesia-, se pronunció por  la paz y el entendimiento internacional, la defensa de los derechos humanos, la promoción de una gran  Europa del Atlántico a los Montes Urales y la solidaridad entre el Norte y el Sur.

En sus numerosos discursos y ensayos también propició la reconciliación con los judíos y el  diálogo con los musulmanes y con otras confesiones, pidió perdón por los errores y horrores cometidos por los  católicos en el curso de los siglos, al tiempo que adoptaba una línea sumamente conservadora en temas  relacionados con el control de la natalidad, el aborto y el divorcio.

Para ciertos sectores de la opinión pública, la principal sombra de su obra concierne su firme  rechazo a los métodos anticonceptivos y al uso del preservativo en un mundo donde el sida se cobraba  millones de víctimas. Esas posturas crearon incomprensión entre los propios feligreses católicos.

Actualmente, hay quienes le reprochan su falta de determinación y transparencia para tratar las  denuncias de abusos de pedofilia por parte de responsables religiosos.

Algunos no le perdonan que no haya empleado contra los curas condenados por pedofilia, entre  ellos el fundador de los Legionarios de Cristo, el mexicano Marcial Maciel, la misma intransigencia que aplicó a  los sectores más progresistas de la Iglesia, como la Teología de la Liberación, que apartó sin titubear de  América Latina.

Para contrarrestar los cuestionamientos de teólogos, Juan Pablo II se apoyó en grupos  ultraconservadores y obedientes, que dieron a la iglesia una imagen reaccionaria, como el Opus Dei y el  movimiento neocatecumenal.
 

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