Veinte meses después los afectados de este municipio siguen esperando una
solución definitiva.
Desde la noche del jueves 16 de diciembre de 2010, el cerro de la
Cruz comenzó a deslizarse sobre el pueblo de Gramalote, situado a 50 kilómetros
de Cúcuta, en las laderas montañosas del Norte de Santander. La tierra
rugía como una fiera.
En las últimas semanas había caído un diluvio verdadero, al igual
que en todo el país, pero los gramaloteros, acostumbrados a esas rabietas
anuales de la cordillera, intentaban mantener la calma pensando que pronto
volvería el verano. Sin embargo, en la madrugada del viernes 17, durante
la novena de aguinaldos, el párroco anunció lo que iba a pasar y le pidió al
pueblo que estuviera alerta.
Al mediodía el cerro se reventó en pedazos y se abalanzó
como un perro hambriento sobre los 3.500 habitantes de la cabecera
municipal, a una velocidad de casi 4 kilómetros por hora. Descuajó árboles,
arrancó flores, arrastró fincas enteras, ganado y corrales. La gente,
despavorida, pensó que el mundo se estaba acabando.
Esa misma tarde empezó un éxodo de proporciones bíblicas. Grandes
caravanas de buses, caballos y mulas abandonaban el pueblo. Cargadas de niños y
de enseres domésticos, de algún marrano y gallinas, las familias de aquella
sombría procesión de carretas marchaban hacia los pueblos vecinos, en busca de
sus parientes para que les dieran albergue en Villacaro, Cáchira, Lourdes,
Santiago y Sardinata. Atrás quedaban destruidas 850 viviendas. Lo único que
quedó en pie, íntegro, fue el cementerio.
-El cementerio quedó vivo me dice, sin una pizca
de ironía, la alcaldesa de Gramalote, Sonia Rodríguez Torrente.
Dos meses después, el 19 de febrero de 2011, durante una reunión
celebrada en Cúcuta, el presidente Juan Manuel Santos tomó aire en los pulmones,
pidió silencio y anunció con el mismo ademán rotundo que ponen los mandatarios
en los grandes acontecimientos: "El Gobierno se compromete a reconstruir
Gramalote para que quede mejor de lo que estaba". La gente lo aclamó
con entusiasmo. Se abrazaban y sonreían por primera vez desde diciembre. No
sabían, pobrecitos, que las triquiñuelas de la burocracia hacen más daño que una
montaña enfurecida.
Las palabras se las lleva el viento. Las promesas, también.
Hoy, casi dos años después de esa dolorosa romería, ni siquiera existe
un censo fidedigno de víctimas. Tampoco se sabe dónde va a ser
reconstruido el pueblo. Esta es la historia completa de las intrigas, los
tropiezos, las martingalas, la improvisación y los engaños que han ocurrido
desde entonces. Pero es también la historia de cinco mujeres valientes
que han impedido que se cometa una barbaridad y han evitado que una
segunda catástrofe ocurra detrás de la primera.
El Gobierno Nacional empezó por inventarse un interminable comité
de casi veinte miembros: ministerios, institutos, gestores, corporaciones. Un
sancocho de gente en el que solo faltaron, quién lo creyera, algún vocero de
Gramalote y del Fondo Adaptación, que el propio Gobierno acababa de crear para
atender los destrozos de la ola invernal. Todo el mundo opinaba. En mayo del
2011 la entonces ministra de Ambiente, Beatriz Uribe Botero, firmó los primeros
convenios para investigar en qué sitio podría hacerse el reasentamiento.
Una entidad de ayuda humanitaria, llamada Servivienda, inició los
primeros estudios en dos grandes terrenos cercanos al pueblo destruido: El
Pomarroso, de 189 hectáreas, y Miraflores, de 148. Mientras avanzaban en esa
tarea, las directoras del Fondo Adaptación detectaron que los propietarios de El
Pomarroso tienen vínculos de parentesco con un congresista, Carlos León Celis,
representante a la Cámara por Norte de Santander. El asunto no era muy claro,
pero ese mismo día empezaron los verdaderos problemas.
A pesar de tantos contratiempos, el 25 de septiembre del año
pasado, la ministra Uribe anunció en un teatro de Cúcuta que el terreno de El
Pomarroso había sido escogido para construir el nuevo Gramalote. Poco después,
en una conversación con el propio presidente Santos, la Ministra repitió que el
Servicio Geológico Colombiano -antiguo Ingeominas- le había informado que El
Pomarroso era "el lugar apropiado".
Los funcionarios geológicos hicieron saber, de inmediato,
que no habían terminado sus estudios de suelos y que, por tanto, no era cierto
que hubiesen emitido concepto alguno sobre las condiciones o ventajas de los dos
lotes. "La Ministra se apresuró", me dijo uno de los geólogos. La
Ministra renunciaría poco después.
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