lunes, 21 de noviembre de 2016


Fue en 1999 cuando Silvestre Guardia se convirtió en testigo del conflicto colombiano, aquel que no parece agotarse en los kilómetros de ese territorio. El ganadero estuvo secuestrado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia en El Nula, frontera venezolana, una región donde la revolución encabezada por esta guerrilla pierde sentido, pero donde sus fantasmas no han dejado de aparecer.
El Táchira es uno de los escenarios descarnados por un conflicto que no le pertenece. Secuestros, extorsiones, robos y hasta emisoras radiales son signos de la presencia en la entidad de grupos irregulares que se autoproclaman como parte del Ejército de Liberación Nacional o de las FARC.
Ya son más de cinco décadas en las que el paisaje fronterizo venezolano se ha dibujado bajo las sombras de la guerra colombiana, la misma que hoy presume con estar llegando a su fin. Luego de cuatro años de negociación entre la Casa de Nariño y las FARC, y el traspié del plebiscito, el pasado sábado 12 de noviembre las partes llegaron a un acuerdo que titulan como definitivo. En paralelo, el gobierno abre la puerta del diálogo con el ELN.
Este tratado, sinónimo de paz para muchos, en Táchira genera incertidumbre. Esperanza y temor son palabras que aparecen en los testimonios de estudiosos y testigos de esta realidad. “Los acuerdos de paz representan una esperanza para nosotros, porque somos vecinos de Colombia, pero también preocupa que la anhelada paz no termine repercutiendo como la mayoría espera, pues la etapa de la implementación es la más difícil”, explica Francisco Javier Sánchez, coordinador académico del Centro de Estudios de Fronteras e Integración de la Universidad de Los Andes en Táchira.

Una preocupación compartida
La autonomía de algunos grupos dentro de las FARC, la poca presencia del Estado en la frontera venezolana, los altos índices de inseguridad y la afinidad ideológica de los insurgentes con el gobierno socialista son variables que le hacen presumir a muchos que la guerrilla colombiana que está en el país decida quedarse y, en un escenario más preocupante, Venezuela pueda recibir una nueva migración de grupos irregulares desde Colombia.
Roberto Briceño León, director del Observatorio Venezolano de Violencia, considera que muchos grupos de las FARC no se van a plegar completamente a los acuerdos y se independizarán de esta organización, convirtiéndose en bandas criminales. “Esos grupos tienen mucha autonomía, tienen negocios particulares y hay una permisividad mayor aquí en Venezuela que les hace más atractivo seguir delinquiendo en nuestro territorio que apegarse al acuerdo de paz”, comenta.
Los altos índices de inseguridad en Venezuela, de acuerdo con Sánchez, es uno de los factores que convierten al país en un terreno llamativo para los guerrilleros que no tengan vocación de paz. “El problema de inseguridad funciona como un caldo de cultivo para los guerrilleros que consideren que la vía no es la paz, pues aquí tienen un espacio donde las autoridades, además de ser más permisivas, tienen poca capacidad de maniobra ante lo desbordada que está la criminalidad”.
Esta posibilidad pareciera encontrar un precedente en el testimonio de Roger Fuentes, ganadero tachirense quien fue secuestrado en el año 2006 por guerrilleros que se autodenominaban como M-19; un grupo que se desmovilizó en el año 1990, luego de un acuerdo de paz firmado durante la presidencia de Virgilio Barco en Colombia. Realidad que le hace presumir a Fuentes que los nuevos acuerdos de paz no serán sinónimo de seguridad en Venezuela: “Seguramente van a haber más grupos irregulares, que vendrán al país luego del acuerdo. Aquí pueden delinquir con mayor facilidad”.
Los ganaderos en el Táchira han sido de las personas más afectadas por la presencia de estos grupos irregulares. Ellos, al igual que Fuentes, no definen las posibilidades del acuerdo colombiano a través de la esperanza. “Corremos peligro de que estos irregulares decidan venir a Venezuela a seguir delinquiendo, tenemos temor de que esto suceda. Aquí se ha permitido que estos grupos hagan operaciones en nuestro país”, comenta preocupado Leonardo Figueroa, presidente de la Asociación de Ganaderos del Táchira.
Del combate al diálogo
La permisividad que expone Figueroa puede entenderse, según Sánchez, a través de la afinidad ideológica del gobierno venezolano con organizaciones como las FARC y el ELN. “Siempre ha existido la presencia de estos grupos irregulares en Venezuela, pero desde 1999 cambió la política de combate, en gran parte por las afinidades ideológicas del gobierno con la guerrilla. Ha habido algunos enfrentamientos, tal vez, pero no se han vuelto a ver combates como el de Cararao, por ejemplo”, expone.
Pável Rondón, ex embajador de Venezuela en Colombia, sostiene que el cambio de estrategia no fue un gesto de complicidad con la actuación de la guerrilla, sino la apuesta por una nueva manera de colaborar con el fin del conflicto colombiano. “Chávez dijo que en el contexto latinoamericano del siglo XXI no se justificaba la lucha armada, por lo que intentó terminarla a través de otros acuerdos”.
Para el diplomático, el temor de algunos ante los acuerdos de paz en Colombia no tiene sentido. “No puede ser que estemos preocupados porque tengamos guerra y ahora también porque tengamos paz, ¿qué va a hacer un guerrillero con venirse del Cauca a Venezuela, si su lucha está en Colombia?”, cuestiona.
“Por definición se supone que, si hay guerrilleros del ELN y de las FARC en Venezuela, al firmarse la paz se irán. Si se quedan, no son guerrilleros, serán otra cosa. Si están robando, serán delincuentes”, razona. Sin embargo, Rondón apunta que delitos como los secuestros y las extorsiones tal vez no disminuirán con la firma del acuerdo, pues percibe que estas no son actividades propias del conflicto colombiano.
El origen político del conflicto, no obstante, se ha desdibujado con el transcurrir de los años, cultivándose a sus sombras actos delictivos que en nada corresponden a su naturaleza beligerante. “Lo que actúa en la frontera, ya sea del lado colombiano o venezolano, no son solo fuerzas irregulares con contenido político como las FARC o el ELN. También hay otros grupos que se conocen como paramilitares que, en todo caso, son grupos delictivos organizados con o sin el visto bueno de las autoridades”, precisa Sánchez, identificando esta realidad como una posibilidad de que la paz no repercuta, como muchos esperarían, en la seguridad del Táchira.
Para este trabajo se envió un cuestionario digital al equipo nacional de prensa de las FARC con la intención de conocer su postura sobre este asunto. Al cierre de esta edición, aún no se habían recibido las respuestas.
Así, entre el temor de muchos y la esperanza de algunos, parece que la paz en Colombia no cruzará la frontera, como sí lo ha hecho el conflicto por más de 50 años.

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